Los libros prohibidos. Termómetro de nuestra vida en sociedad
Prohibir libros es un tipo de censura. En la reconocida novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, los libros son objetos prohibidos y los bomberos, que actúan como censores, queman cualquier publicación que les salga al paso. En distintas geografías y momentos históricos, la quema de libros se ha vuelto un mecanismo de guerra. Se trata de una de las formas más antiguas de exterminar la historia, la cultura y los registros escritos de un pueblo enemigo. Sabemos, gracias a diversas investigaciones, que las quemas de libros consecuencia del fanatismo ideológico han ocurrido una y otra vez los últimos siglos. En la Alemania nazi, el régimen quemó libros judíos en Berlín; en 1248, la gran biblioteca de Bagdag ardió a manos de los mongoles; en Yucatán, durante el siglo XVI, Diego de Landa le prendió fuego, por motivos religiosos, a múltiples códices de la cultura maya.
El libro, contenedor de la memoria de las civilizaciones, es considerado con frecuencia un objeto peligroso y su eliminación asegura el control ideológico de una sociedad o un grupo de personas. Sin embargo, la prohibición de textos y obras, que atraviesa la historia de la cultura escrita, no es un hecho del pasado, llega también hasta nuestros días. Razones morales, religiosas o políticas llevan a censores –que pueden ser personas, gobiernos u organizaciones– a poner libros fuera de circulación, retirarlos de los estantes, regular su contenido, aprobarlo o desaprobarlo antes de que salga a la venta –en el caso de los mercados editoriales– y, en casos más extremos, destruir las obras.
Por lo general, en la sociedad contemporánea, se aluden motivos morales para censurar libros: contenido gráfico demasiado explícito, lenguaje ofensivo o temáticas progresistas, como la orientación sexual o los derechos de las minorías. En Estados Unidos, por ejemplo, recientemente hubo una ola de censura de libros infantiles; por considerar algunos títulos demasiado peligrosos, organizaciones civiles conservadoras, en mancuerna con gobiernos locales, consiguieron que las escuelas de ese país tiraran a la basura una gran cantidad de títulos, incluidos clásicos como El guardián entre el centeno, Matar a un ruiseñor y Las uvas de la ira.
Ya sea analizando las prohibiciones pasadas o en una reflexión en torno a los sistemas y los agentes de la censura de libros hoy, el tema funciona como un termómetro de nuestra vida actual: la prohibición de libros no sólo nos habla de la capacidad de los regímenes políticos para controlar lo que se lee y el contenido que circula, sino también de las luchas ideológicas en la sociedad misma. También dice bastante sobre la valoración del libro como un objeto capaz, en diversos contextos, de llamar al pensamiento crítico y a la sublevación.