Número 71, época V (noviembre-diciembre de 2021) Centenario de Augusto Monterroso
Augusto Monterroso, además de ensayista excepcional, narrador, minificcionista y fabulador, fue diplomático, editor, maestro de escritores y un personaje central de la vida cultural de México en la segunda mitad del siglo xx. Bajo la luz de su centenario, Casa del tiempo reúne en su número de noviembre-diciembre asedios y exploraciones a la figura y a la obra del autor de Movimiento perpetuo, La oveja negra y demás fábulas, La palabra mágica, Lo demás es silencio y “El dinosaurio”.
En De las estaciones, Alfonso Nava celebra mediante un ensayo los cien años del nacimiento del brillante astrónomo y escritor polaco de ciencia ficción Stanisław Lem; y Gerardo de la Cruz se une al homenaje “José Agustín. De perfil” que organizó recientemente la uam Cuajimalpa en honor al escritor mexicano.
En Ménades y Meninas, Mario Rufer analiza las implicaciones simbólicas y políticas del reemplazo del Monumento a Colón en la avenida Reforma de la Ciudad de México; y Alejandra Osorio Olave ofrece un retrato personal de su trabajo en la Casa Estudio Leonora Carrington.
En el Ensayo visual presentamos la serie “Rostro invisible”, del pintor, fotógrafo y director de cine alemán Wolfgang H. Scholz.
En Antes y después del Hubble, Marina Porcelli nos entrega la segunda parte de la serie “Leopardos en el templo o la ceremonia interminable”, sobre la materia de los sueños y las pesadillas; Miguel G. Aréchiga conmemora el segundo centenario del natalicio de Fiódor Dostoievski con algunos apuntes sobre Crimen y castigo desde Match Point, el filme de Woody Allen; y Juan Pablo Anaya y Mayra Roffe nos descubren las travesías sublunares de sor Juana en Primero sueño.
Los Francotiradores apuntan a obras de Pierre Michon, José Agustín, Jung Chang y María Luisa Puga.
En el suplemento electrónico Tiempo en la casa, “En memoria de Orlando Ortiz”, de Lorel Manzano y Fabiola Eunice Camacho.
De “Cuadernos de la noche”
Ulber Sánchez Ascencio
I
El corazón es territorio del fuego primigenio. Su oquedad crece como el silencio de tus labios. La noche crepita, recorre las venas del sueño. El olvido se deja al azar, incluso, la ópera de la oscuridad abraza tus alas.
Palabras perpetúan el cálculo de la caída en el agua. Desde entonces el corazón es ceniza.
Cada quien ejecuta su mirar, dejando una estela de olvido, casi inimaginable.
II
En cada ruego tejes el significado del río. Con la paciencia de piedras simulas tus rezos. En el esparcimiento de las hojas los insectos están en armonía con tus ojos: revelación de un abismo. En cada ruego, mujer, oscurece el canto de tus ángeles, deidades de polvo esperando el opio en su ceguera.
El sueño se oculta. El agua vuelve a su azogue.
III
La muerte no espera después de tejer la ceguera de Ícaro. Todo pasa, dicen, mientras duermes. La noche es un animal que acecha en el cansancio de tu alcoba. Llega un rumor sordo de la infancia, visita inesperada que encalla con su marabunta de líquenes en la madrugada. Allá arriba, la luna es lejanía en su antigua página.
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