Casa del tiempo, año XLIII, vol. II, época VI, número 15, junio-julio de 2024
Inspirado en la novela La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera —centenaria odisea
latinoamericana que narra el extravío de Arturo Cova por los llanos orientales, los ríos y la selva
amazónica en el afán de recuperar a Alicia, su amante—, el número de junio-julio aborda no
sólo el género de la llamada “novela de la tierra” latinoamericana sino las nociones que
atraviesan el tema en la actualidad y su vínculo con distintas artes. De ese modo, ofrecemos
lecturas, contextos de producción y actualizaciones de la célebre novela colombiana, además de
acercamientos a las obras narrativas de las que es precursora en el resto del continente, desde el
Uruguay y hasta Norteamérica —desde el trabajo de Horacio Quiroga hasta el de John
Steinbeck, pasando por el de Miguel Ángel Asturias—, además de una introducción a la
ecocrítica y un testimonio sobre la búsqueda de los orígenes.
En el mismo tenor, en Ágora, Celia Irina González realiza un recorrido crítico a la
exposición Postura y geometría en la era de la autocracia tropical, del artista venezolano
Alexander Apóstol, montada recientemente en el MUAC.
En Imagos, Yissel Arce Padrón nos introduce a la muestra Horal, de Carlos García de la
Nuez, exhibida en la Galería Metropolitana.
Miguel G. Aréchiga, en Travesías, se acerca a tres piezas coreográficas que postulan
este año al Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga; por su parte, Mariana Martínez
Bonilla reseña la nueva cinta del cineasta y actor italiano Nanni Moretti, Lo mejor está por
venir; y Andrea Tirado Fernández analiza la pieza de danza Xenos, del coreógrafo inglés Akram
Khan.
En Fractales, Carlos Velázquez nos comparte una jocosa crónica sobre sus inicios como
espectador de beisbol; y Marina Porcelli se acerca al deporte inscrito en algunas obras de la
literatura universal.
En el suplemento electrónico Tiempo en la casa, Blanca Alberta Rodríguez escribe, en
homenaje al escritor, investigador y académico Raymundo Mier Garza, el texto “Camino a casa.
Una reflexión en torno a la lentitud en la poesía”.
A Contraluz, obras de Elik G. Troconis, Esther Díaz y Albertina Carri.
HACIA EL ACANTILADO
Diana Campos
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Irme, como quien se va a caminar por un acantilado y sonríe. El mar inmenso a lo lejos. Las olas que van
y vienen mientras levantas la mano y saludas. O te despides. No se sabe. La niebla también ha venido.
Por dentro, estás cayendo. La mano que se mueve a un lado y a otro. La mano que dice hola. O como
María Luisa Bombal, que con sus manos nos dice: esto es un acantilado. Y sonríe. Las rocas detenidas en
el tiempo escuchan. Los guijarros a la orilla del río guardan los secretos del agua que va a dar al mar. Los
secretos de los que se internaron en sus aguas. La mano que se despide. Las rocas escuchan lo que llevas
dentro. Y no dicen nada. Escuchan y guardan silencio. Y a veces una despierta incendiada. Y el mar en
calma. Enormes rocas guardan los incontables secretos del mar. Su furia. Su recelo. El incendio que
llevas dentro. Adentro la caída. Adentro las brasas. El mar que cerca. La violencia de sus brazos. Las
rocas cubiertas de musgo, impávidas. Sonríes hacia la caída. Sonríes hasta la caída. Sonríes para la caída.
Y no pasa nada. El mundo no se detiene. Debí ser yo, se dice una madre. Y es cierto. Una ya vivió un
poco, después de todo. Pienso cada tanto. Eso es lo que también quema. Apenas empezaba la vida. Él me
enseñó a caminar. El ATP que le nació dormido, que le nació muerto. Los dos nos dimos a luz. Hay
quienes son luz. Él lo era. Yo una pequeña oscuridad, una penumbra en la orilla de la vida. El incendio va
por dentro. Y el mar por fuera. Hay días en quisiera ser una piedrita de río a la orilla de un río. Sólo las
rocas te escuchan. El mar inmenso. La caída. Va y viene. Sobre todo, va. Y nadie viene.