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La Neuroética requiere de la transdisciplinariedad para ampliar su campo de investigación

La Neuroética requiere de la transdisciplinariedad para ampliar su campo de investigación

Para entender el yo psicológico, el yo filosófico, el yo psicoanalítico y el yo neuronal desde el estudio de la Neuroética es necesaria una visión transdisciplinar que determine los alcances y límites de cada contribución, así como las aportaciones de las diferentes disciplinas –cuando se cruzan– desacralizando la genética y la neurociencia, señala el doctor Jorge Alberto Álvarez Díaz en su libro Neuroética: relaciones entre mente/cerebro y moral/ética.

El concepto de Neuroética nace en 1973 de la mano de Anneliese Alma Pontius, una rama de la bioética que pone a discusión dilemas como si es permisible o no el aborto, la eutanasia, los derechos sexuales, así como los efectos de todo ello en el cerebro.

Durante la presentación de la obra –editada por la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana– la doctora Julieta Lomelí Balver, doctorante en Filosofía por el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explicó que el autor hace una crítica no sólo al reduccionismo de las ciencias, sino a las teorías darwinistas y a los escépticos del psicoanálisis, y apuesta a la transdisciplinariedad.

Lomelí Balver relató que el primer capítulo del libro hace una revisión histórica sobre la medicina y las preocupaciones por la mente desde el periodo clásico hasta el siglo actual, a partir de la cual se fundamentan las bases para transitar en los siguientes cuatro capítulos hacia el aporte crítico.

En el siglo XIX dos médicos alemanes, Franz J. Gall y Johan G. Spuhrzeim, publicaron el primer intento por localizar áreas del cerebro que pudieran explicar no sólo las funciones intelectuales del hombre, sino también su conducta; un estudio con muy poco sustento empírico.

A esta disciplina la llamaron Frenología, antigua doctrina psicológica según la cual las facultades psíquicas están localizadas en zonas precisas del cerebro y en correspondencia con relieves del cráneo, teoría que fue rechazada por gran parte de la comunidad científica. En el mismo siglo XIX también había filósofos que con fundamentos epistemológicos trataron de explicar cómo funciona el cerebro a partir de la razón, el entendimiento y las categorías.

La década de los 90 del siglo pasado se le conoció como la década del cerebro, cuando Francis Crick, uno de los científicos que descubrió la estructura molecular del ácido desoxirribonucleico (ADN), retomó la importancia de explicar el comportamiento humano a partir de los procesos químicos del cerebro.

En 2002 se llevó a cabo el primer congreso sobre Bioética, de donde se desprenden dos principios de la Neuroética: el primero cuestiona las prácticas de la Psiquiatría en el uso de fármacos sin exámenes más amplios.

El segundo la concibe ya como una disciplina con su propia identidad y se define como la Neurociencia de la Ética, que trata de encontrar los fundamentos morales –esas preguntas que la Filosofía se ha hecho desde hace mucho tiempo– de los sentimientos, las emociones, los valores que se categorizan sobre el bien y el mal; este es el sentido que el autor intenta plasmar en su publicación.

Una perspectiva empírica de esta disciplina, anterior a los estudios con tecnología avanzada para ver y analizar el cerebro, se basa en los dilemas éticos de Jonathan Haidt, quien sostiene que hay algo anterior a toda reflexión racional, la intuición moral, en una respuesta de primacía intuitiva. Cada acción o decisión tiene una serie de supuestos éticos y morales que pone en perspectiva los propios conceptos y creencias.

Estos antecedentes dan paso a la neuroimagen, con la cual pueden visualizarse las regiones del encéfalo que se activan frente a un dilema. Algunas investigaciones sobre respuestas a disyuntivas con el uso de esta tecnología arrojan como resultado que la intuición moral es más emocional que reflexiva.

El libro plantea que la imagenología cerebral o las interferencias de los métodos técnicos no pueden abarcar la forma en que debe ser tratado un paciente, pues en el estudio sólo se localizan las partes del cerebro involucradas, pero no se explica cómo es que ellas se conectan; se describen, pero no se llega a una comprensión más amplia del diagnóstico.

 

Álvarez Díaz cuestiona no sólo al reduccionismo de las ciencias, sino a las teorías darwinistas y a los escépticos del psicoanálisis, y apuesta a la transdisciplinariedad; sostiene, por ejemplo, que puede hablarse desde la sociobiología evolutiva sobre el bien y el mal, pero también desde la ética filosófica retomando el concepto aristotélico, o desde la neurociencia y la intuición moral. Con esa perspectiva puede pensarse en una nueva Neuroética que pone límites a la Neurociencia y abre camino a otras disciplinas, como la Filosofía.