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La autopublicación y sus bemoles

La autopublicación y sus bemoles

La autopublicación no es un fenómeno nuevo. Ante la dificultad de dar una obra a conocer, son varios los ejemplos históricos de escritores que optaron por esta modalidad. Jane Austen, sólo por mencionar uno, puso dinero de su bolsillo para financiar la primera edición de Sentido y sensibilidad. Hoy siguen siendo muchos los creadores que, además de financiar, deciden corregir, diseñar y distribuir sus propias obras, ya sea en modalidad impresa o electrónica. El acto de autopublicarse, que puede surgir como un gesto político contestatario ante un mercado editorial selectivo y que en ocasiones no puede dar espacio a todos, plantea una relación directa entre productor y consumidor sin la necesidad de un tercero –el editor– que, entre otras tareas, filtra y modifica contenidos en función de intereses diversos.

Es el autor o autora quien, al autopublicarse, toma decisiones que en un proceso editorial tradicional quedarían en manos de una cadena de personas: el diseño de portada y forros, el formato, los canales de distribución y promoción de la obra. Esta modalidad de publicación responde a diversas motivaciones, prácticas y expectativas en el rubro de la creación artística. Si bien es posible decir que la autopublicación propone un sistema de circulación alternativo –y por fuera, también, de los canales habituales de valoración y consagración de obras y autores–, otras veces demuestra ser una opción viable frente a las prácticas editoriales institucionalizadas.

Va un ejemplo: una conocida plataforma de contenidos propone a sus usuarios (autores) subir a la red sus propios textos y fijarles un precio. Los usuarios pueden leer, votar y comentar dichos textos, muchas veces planteados como novelas o historias de largo aliento. La joven autora mexicana Flor Salvador comenzó a publicar sus primeros relatos en línea a los 16 años. Sus relatos se leyeron millones de veces y le permitieron, más tarde, publicar sus libros en grandes editoriales. A la fecha, ha vendido más de 300 000 libros, una cantidad inusual que demuestra la vigencia y el auge de la autopublicación en nuestros días.

Sin embargo, autopublicarse acarrea también dificultades: sin una lectura profesional de la obra, esta puede salir a la venta sin las correcciones y los cambios adecuados; en un escenario repleto de novedades editoriales, un libro autopublicado puede correr con muy mala suerte para encontrar lectores, pues no estará a la venta físicamente en librerías y, en otros casos, podría no llegar a tener reconocimiento legal. No obstante, para quienes nos dedicamos a hacer libros, reflexionar en torno a este fenómeno nos lleva a proyectar condiciones de producción y formas distintas de concebir las publicaciones y su encuentro con lectores. La labor editorial tiene objetivos sociales, institucionales y cumple un papel de mediación cultural: un contenido que se edita es también un contenido que ha sido seleccionado cuidadosa y profesionalmente, puesto en un catálogo específico, dictaminado –en el caso de la edición universitaria– por especialistas y puesto en circulación para suscitar nuevos diálogos y fomentar la bibliodiversidad.