El cine mexicano abonó a la consolidación del proyecto nacional, relata libro de la UAM
El cine de oro mexicano fue uno de los medios para la consolidación del proyecto nacional, luego de la pulverización que causó la revolución y la guerra cristera, lo que hizo indispensable la invención iconográfica de las zonas para fijar imaginarios que reconciliaran y unieran al país, dijo Maricruz Castro Ricalde.
La autora del libro La invención iconográfica. Identidades regionales y nación en el cine mexicano de la edad de oro –editado por la División de Ciencias de la Comunicación y Diseño (CCD) de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería– sostuvo que el filme fue un gran dispositivo para hacer sentir a la gente orgullo por su tierra.
Castro Ricalde explicó que tuvo un impacto tal que convirtió a la Virgen de Guadalupe en la de Latinoamérica; se sabía perfecto lo que eran los tacos, la música ranchera y el tequila, pero poco se conocía de la comida venezolana o los trajes típicos de Uruguay. Esa fue la penetración del cine mexicano, que como nación circulaba vertiginosamente en todos los lugares de habla hispana.
Pero esta inventiva no eligió a Colima, Nayarit o Chihuahua como sitios representativos, como sí lo hizo con el Golfo y sus jarochos, los mares de Acapulco y el caribe mexicano como parte esa riqueza indígena maya, en su afán por integrar y estilizar el indigenismo en un país pujante y moderno, que en forma salomónica decidió que los mayas sólo eran los del pasado, pero los de aquel momento eran más bien mestizos.
Esto se convirtió en el argumento central de la publicación –apuntó Castro Ricalde– examinar cómo fueron significadas las regiones producidas desde la corta visión del centro, quienes convirtieron a los yucatecos en mayas y a los del norte en piporros.
Para su análisis eligió tres películas La noche de los mayas, de Chano Urueta (1939) en la que intentó entender el contexto, lo que la llevó a leer los guiones, revisar la prensa de la época, los gráficos de la cartelera y el involucramiento de Silvestre Revueltas, Gabriel Figueroa y Manuel Álvarez Bravo, a quienes se encomendó la musicalización y fotografía, respectivamente.
La inesperada llegada de una bella mujer a un campamento chiclero, poblado por decenas de varones presos del deseo es la premisa básica de La selva de fuego, de Fernando Fuentes, su segundo filme estudiado, en el que no sólo se habla de la posibilidad de exprimir y domesticar la tierra, sino que ofrece también un acercamiento a la relación que hubo con los movimientos migratorios en el sureste mexicano.
La cinta sigue dos grandes metáforas: el enfrentamiento entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza hostil y, la segunda, antes de que la selva acabe con el varón, éste tiene que penetrar ese suelo virgen, domarlo.
La tercera película Deseada, de Roberto Gavaldón, es quizá la más digerible, comercial y premiada de las tres, y es también el ejemplo palpable de la manera en que fue representado México, al contribuir a la dispersión de imaginarios acerca de su vastedad geográfica y moderna, con tintes de supremacía cultural, que por una parte hicieron sentir orgullo a los pobladores de la península y a la vez indignación por la excesiva idealización tan alejada de las costumbres y culturas reales.
El doctor Roberto Domínguez Cáceres, profesor de la Escuela de Humanidades y Educación del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, planteó la integralidad de este libro como una brújula cuyo mapa cartografía la intelectual de la autora y da muestra de sus cualidades como maestra e investigadora, pues sirve como testigo de una vasta bitácora de sus lecturas, indagación, archivos, cinetecas y bibliotecas visitadas, además de sus ponencias, conversaciones y relecturas que brinda con una enorme generosidad.
Basta revisar la bibliografía y el índice de filmes y de imágenes para asegurar que el axis o corazón de esa brújula emana de la energía magnética y la curiosidad intelectual de la autora, quien deja claro con esta obra que el mejor camino para la investigación es la disciplinada curiosidad de escribir lo que se sabe para que otros se desarrollen, afirmó.