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Sueños de aserrín III

Tema

 CÓMO CITAR

Esta obra rescata las últimas historias del Alpiste. Parto de aquel ficticio encuentro que tuve con él hace cuatro años, cuando bajé en mi auto sobre la avenida Observatorio y de reojo lo vi parado en la esquina de la cerrada. Me detuve unos metros más adelante, al notar que me reconoció porque agitó emocionado su mano para saludarme. El hecho inesperado de ponerme un buen rato a platicar con él me hizo pensar después qué podía hacer con todo ese material y entonces decidí escribir una novela que termina con esta parte III.

Si analizamos su vida, podemos ver que el Alpiste se aferró con mucha fuerza al callejón, como si un llamado del pasado lo hubiera atrapado, tal y como les sucedió a nuestros padres cuando llegaron de provincia para vivir en la capital, que siempre deseaban regresar a su tierra para ver qué había pasado con sus amigos, con la gente de su pueblo, con las marchantas del mercado en donde compraban su pan o con el riachuelo en el que aprendieron a nadar y echarse clavados desde los árboles. Sin embargo, para los que nacieron en Tacubaya, antiguo pueblo que fue forjado con los típicos edificios de la época colonial y del Porfiriato, ése es su barrio, su terruño; por eso sus calles, las vías del tren, sus avenidas, su mercado y sus escuelas son el lugar que les ha generado fuerte arraigo y pertenencia.

Obviamente, al Alpiste le sucede algo parecido y eso le impide irse de la colonia, porque es el sitio que guarda los recuerdos más entrañables de su vida. Por eso, en las noches, mientras platica con la almohada, esas remembranzas martillan su memoria con tal fuerza que lo hacen aferrarse al lugar, posiblemente porque así expía faltas y errores cometidos en el tiempo, o simplemente porque se resiste a dejar atrás lugares fundacionales para él y buena parte de su familia. En las casas que construyó el abuelo Juan todavía viven algunas de sus tías, primos y nietos, con quienes él convive con tan sólo cruzar la avenida y bajar una cuadrita para llegar a Calderón.

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Si analizamos su vida, podemos ver que el Alpiste se aferró con mucha fuerza al callejón, como si un llamado del pasado lo hubiera atrapado, tal y como les sucedió a nuestros padres cuando llegaron de provincia para vivir en la capital, que siempre deseaban regresar a su tierra para ver qué había pasado con sus amigos, con la gente de su pueblo, con las marchantas del mercado en donde compraban su pan o con el riachuelo en el que aprendieron a nadar y echarse clavados desde los árboles. Sin embargo, para los que nacieron en Tacubaya, antiguo pueblo que fue forjado con los típicos edificios de la época colonial y del Porfiriato, ése es su barrio, su terruño; por eso sus calles, las vías del tren, sus avenidas, su mercado y sus escuelas son el lugar que les ha generado fuerte arraigo y pertenencia.

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Si analizamos su vida, podemos ver que el Alpiste se aferró con mucha fuerza al callejón, como si un llamado del pasado lo hubiera atrapado, tal y como les sucedió a nuestros padres cuando llegaron de provincia para vivir en la capital, que siempre deseaban regresar a su tierra para ver qué había pasado con sus amigos, con la gente de su pueblo, con las marchantas del mercado en donde compraban su pan o con el riachuelo en el que aprendieron a nadar y echarse clavados desde los árboles. Sin embargo, para los que nacieron en Tacubaya, antiguo pueblo que fue forjado con los típicos edificios de la época colonial y del Porfiriato, ése es su barrio, su terruño; por eso sus calles, las vías del tren, sus avenidas, su mercado y sus escuelas son el lugar que les ha generado fuerte arraigo y pertenencia.

Obviamente, al Alpiste le sucede algo parecido y eso le impide irse de la colonia, porque es el sitio que guarda los recuerdos más entrañables de su vida. Por eso, en las noches, mientras platica con la almohada, esas remembranzas martillan su memoria con tal fuerza que lo hacen aferrarse al lugar, posiblemente porque así expía faltas y errores cometidos en el tiempo, o simplemente porque se resiste a dejar atrás lugares fundacionales para él y buena parte de su familia. En las casas que construyó el abuelo Juan todavía viven algunas de sus tías, primos y nietos, con quienes él convive con tan sólo cruzar la avenida y bajar una cuadrita para llegar a Calderón.

  • FIC041000 FICCIÓN > Biográfico
  • 800 Literatura y retórica > Generalidades > Literatura y retórica
  • Narrativa
  1. Nombre
    • José Antonio Rosique Cañas (Autor)

    • Posdoctor en Public Policy and Government, University of New Mexico. Maestro y doctor en Ciencias Políticas y Sociales, y sociólogo, UNAM. Diplomado en Reforma del Estado, Universidad Complutense de Madrid. Master en Public Affairs, Institute for Policy Studies of Washington. Investigador en The Library of Congress. Diplomado en Public Service Delivery Organizations, Harvard University, U. S. Profesor-investigador en la UNAM 1973-1979 y en la UAM 1981-2023.