En su poesía, Adriana Dorantes comienza un ciclo de espera: es el cuerpo, la muerte, una necesidad de nombrar lo que aparece en sueños, lo que se revela como anunciación, como simulacros de vida. Es su voz quien llama a la muerte en la extraña convocatoria que no cesa; el libro es un juego pervertido –ilusorio- de saber que se vive cuando se piensa en lo otro: en la muerte única y personal.
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