En El Palacio se recuperan personajes y obsesiones recurrentes, como el fámulo, el perro Perezvón o el legendario salón de belleza que hace al mismo tiempo las veces de moridero. En el fondo, el interlocutor al que el narrador se dirige no es otro más que el lector, o esos miles de lectores que a lo largo de su obra se han adentrado una y otra vez en los universos tan ferozmente singulares que constituyen la escritura de Mario Bellatin.
En El Palacio se recuperan personajes y obsesiones recurrentes, como el fámulo, el perro Perezvón o el legendario salón de belleza que hace al mismo tiempo las veces de moridero. En el fondo, el interlocutor al que el narrador se dirige no es otro más que el lector, o esos miles de lectores que a lo largo de su obra se han adentrado una y otra vez en los universos tan ferozmente singulares que constituyen la escritura de Mario Bellatin.
En El Palacio se recuperan personajes y obsesiones recurrentes, como el fámulo, el perro Perezvón o el legendario salón de belleza que hace al mismo tiempo las veces de moridero. En el fondo, el interlocutor al que el narrador se dirige no es otro más que el lector, o esos miles de lectores que a lo largo de su obra se han adentrado una y otra vez en los universos tan ferozmente singulares que constituyen la escritura de Mario Bellatin.